jueves, 3 de mayo de 2018

Meeting in the forest


Llego al bosque al medio día. Es un día idílico, ni frío ni calor, una suave brisa, un cielo despejado y el sol brillando en lo alto, con alguna nube ocasional tapándolo. Llego a mi pequeño refugio, acomodado entre las ramas de un gran árbol, y me deshago de mis botas, mochila, y ropa sucia por el aire de la ciudad. Suelto mi pelo blanco, y me pongo unos pantalones anchos y un top corto.

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Avanzo por el bosque con los ojos cerrados y los pies descalzos. No me preocupa caerme o golpearme con algún árbol. Siento el bosque, siento cada pequeña criatura que vive en él. Puedo percibir el sol filtrándose por las hojas, y la savia subiendo por el tronco de los árboles. La vida en la ciudad es dura para alguien como yo, que necesita esta conexión para sentirse plena.

Todo el peso de la estresante vida diaria cae al suelo. Mis hombros se relajan, mis músculos se destensan. Mi cuerpo recupera la ligereza perdida tras respirar el aire puro y la magia de la tierra. Me dejo llevar y bailo por el bosque, trepando árboles, saltando piedras, chapoteando en riachuelos, perdiendo el sentido y encontrando sola el sendero. El arrullo de los pájaros me guían, pero no soy consciente de a dónde, hasta que percibo algo raro. Abro los ojos de repente, buscando la curiosa perturbación que siento. No es maligno, no es amenazador, es una magia cálida, de alguna manera, conocida, pero nunca había sentido algo así.

La sensación me lleva a un pequeño claro en sombra. Mis delicadas orejas ya han percibido sonidos. Una respiración tranquila, acompasada. Es una mujer. Su magia me lo dice, la tierra me lo grita. Es amiga. Los animales la rodean, y las plantas quieren acariciar su suave poder. Mis sentidos la perciben antes que mis ojos. No salgo inmediatamente, sino que me oculto entre la copa de los árboles, con sigilo, observando, curiosa.

Es una chica de largo y rebelde pelo rubio y no lleva nada más que una falda asimétrica marrón con tiras de colores y monedas colgando, y varios collares al cuello. La admiro desde la distancia, viendo como su magia juega con el entorno, lo acaricia, lo penetra. Lo absorbe y lo devuelve.

- Sé que estás ahí. Ven.- Dice con voz suave, girándose hacia mi escondite y sonriendo. Sonrío a mi vez, salto desde la rama en la que estaba, cayendo con delicadeza, y me acerco a ella. Tiene unos ojos llenos de salvaje libertad.

Me mira de arriba a abajo, su magia tanteando la mía. Una suave brisa se levanta, y forma un leve torbellino a nuestro alrededor, flotando en él las flores del almendro. Cuando cesa, ella se ha puesto de pie y está frente a mí.

- Me llamo Gaia.- Me dice, extendiendo una mano hacia mi corazón.
- Soy Aella.- Le digo colocando mi mano izquierda en el suyo. El tacto hace que nuestra magia reaccione, recorriendo mi cuerpo una especie de descarga eléctrica, agradable.

- Es curioso.- Murmuro.
-¿El qué?- Me responde.
- Tu nombre y el mío son ambos de origen griego.- Le digo mientras nos sentamos, y unos atolondrados petirrojos se posan en mi cabeza.
- ¿Y qué significan?
- Gaia significa Tierra, y en la mitología fue una titán que engendró a los principales Dioses del Olimpo. Aella significa Tempestad, y en la mitología fue una amazona que peleó contra Hércules cuando este quiso arrebatar a la Reina Hipólita su cinturón.
- Tierra y Tempestad, ¿eh? Me gusta como suena.- Comenta algo distraída.
- ¿Te he interrumpido con algo?- Pregunto.
- Oh, no, perdona. Cuando has llegado estaba limpiando mi energía. El contacto con humanos de la ciudad a veces puede ser perjudicial. ¿quieres unirte?
- ¿Un ritual de limpieza? Solo he oído hablar de ellos, ¡claro que quiero! No sabía que aún quedaba gente que poseía ese conocimiento.
Gaia sonríe.- Las brujas recordamos.



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