Siempre estaba sola. Se sentaba en el mismo lugar, lejos del resto pero cerca a la vez. Nunca sonreía y tenía siempre la mirada distante, lejana. Su pelo caía sobre sus ojos grises, que no veían aunque mirasen, mientras escuchaba música. A veces, leía, y otras, contemplaba a la gente. Siempre la rodeaba ese halo de tristeza, de pérdida. Cómo si nada la motivase, como una vida en un día gris.
Pensé que ella era así, melancólica, un alma sensible y cerrada.
Hasta que un día, alguien la saludó. Y su mirada se levantó del libro, clara por primera vez, y contenían luz, tan pura y blanca, que parecía otra persona. Toda ella irradiaba calidez. Incluso rió, y ese sonido fue como mágico. Y tan abruptamente como había empezado, la luz desapareció, y ella se apagó, como si ese momento jamás hubiese existido.
Y nunca me pareció ver a alguien tan triste como ella, tan sola. Aunque no estaba sola. Ella tenía amigos. Pero se sentía sola. Estaba rota, y no encontraba el camino para remendar su alma hecha jirones, y encender su luz de nuevo.
Y jamás vi a nadie irradiar semejante sensación. En un segundo, su presencia iluminó el lugar, y, por un segundo, brilló, antes de consumirse nuevamente.
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